Fanatismo intelectual y crimen intelectual

Aquellos cuyos temores por la humanidad concernían más a las aberraciones de la razón instrumental que a los normales y excusables, si bien exagerados, desplantes de la voluntad humana. Creo que me explico con claridad. nosotros vamos a cocteles artísticos a detectar pesimistas. Nosotros colegimos a partir de un libro de sonetos que un crimen se cometerá. Es nuestra tarea rastrear el origen de esos pensamientos horrorosos que conducen al hombre al fanatismo intelectual, primero, y al crimen intelectual, por fin. Rechazamos la presunción del esnobismo inglés de que los criminales peligrosos están entre los desharrapados. Nosotros nos acordamos de los emperadores romanos. Recordamos a los grandes príncipes envenenadores del Renacimiento. Somos del parecer de que el criminal más peligroso de nuestros días es el filósofo contemporáneo que ha deconstruido la moral y rechazado todas las leyes. Comparados con él, los ladrones y los bígamos son, en esencia, hombres morales: mi corazón está con ellos. Ellos aceptan el ideal esencial del hombre, y su yerro está en querer realizarlo de una manera que, digamos, no es la mejor. Los ladrones tienen un respeto hondo por la propiedad. Sólo desean que la propiedad en abstracto se convierta en su propiedad para poder así respetarla más perfectamente. Pero los filósofos detestan la propiedad por sí misma, desean destruir la sola idea de posesión personal. Los bígamos respetan el matrimonio; de lo contrario no llegarían al final del grave ceremonial de la bigamia con todo y su formalidad ritualista. Pero los filósofos desprecian el matrimonio de suyo. Los asesinos respetan la vida humana: tan sólo quieren alcanzar ellos mismos en la suya una plenitud mayor de la vida humana mediante el sacrificio de lo que les parecen vidas menores. Pero los filósofos odian la vida misma, la suya propia tanto como la de los demás. El criminal común es un hombre malo, pero al menos es, como si lo fuera, condicionalmente, un hombre bueno. Él cree que si sólo fuera removido un obstáculo (pongamos por caso: un tío adinerado), entonces estaría listo para aceptar el universo y alabar a Dios. Es un reformador, pero no un anarquista. Desea limpiar el edificio, no dinamitarlo. Pero el filósofo malvado no está tratando de transformar las cosas, sino de aniquilarlas. Sí, el mundo contemporáneo ha conservado todas esas cosas del trabajo policiaco que en verdad son opresivas e ignominiosas, como el acoso de los pobres y el espionaje de los desdichados. Ha renunciado a su labor más digna: el castigo de los traidores poderosos del Estado y los heresiarcas poderosos de la Iglesia. Los pensadores contemporáneos dicen que no debemos castigar a los herejes. Mi única duda es si tenemos derecho de castigar a alguien más que ellos. 

El jefecito: 
G. K. Chesterton

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